Reseña sobre un libro de Montero, pero no una más.

Debo decir que la lectura de un libro que me conmueve, siempre me lleva a escribir mucho más, la mente vuela y quiere expresar de cualquier forma lo aludida y estimulada que está para decir mucho más, reflexionar y dar sus propias conclusiones desde su propia experiencia. Que sólo por ese simple hecho, de querer reinterpretar o deducir que es lo que quiere atesorar en su caduca memoria y en sus modos de vivir, para entender la repercusión de cada frase escrita y cómo eso marcó un momento de plenitud al observar un cielo azul pastel de mediados de enero con unas nubes esparcidas con la mano bajo suaves recorridos entre sus almidonadas y tenues formas que dejaban a su paso reconocidas figuras de acuerdo con lo que han significado en nuestra experiencia, y de repente se desplazaban tan desapercibidamente que era inexorable que fueran tan cambiantes sin dejar rastro alguno; era un sinsabor de que el momento y el instante resulta tan fugaz que ni la intrínseca y fulminante voracidad del tiempo, pueda hacer el intento de capturar la magnificencia e intangibilidad de un instante con sus olores, colores, personas, y una precisa hora con el minutero marcado en un reloj indiferente de su monótona función.

He tenido quizá mucho tiempo para pensar, odiar, llorar, recordar, meditar, observar, orar, caminar, que el agobio puede incluso asomarse debido a la presión silenciosa colectiva pero implícita de la productividad en la era digital y global que nos encontramos; y el exceso de propósitos sin sentido que nos obligan a cumplir tácitamente. Y el hecho de escribirlo, me resulta repudiable de alguna forma, quizá puedo decir que hoy no tengo que envidiar precisamente a los artistas o escritores, que quisiera vivir de esto si es que puedo hacer algo de dinero para sostener mi cuerpo insatisfecho al menos con lo básico para decir que lo que reprimí en llantos y oraciones de un año perturbado por experiencias cotidianas a la vista de un ser humano común pero con una percepción compleja interna que incluso puede revivir lo simple y sencillo de cada acción que ha sabido retratar y recordar, aún si ahora todo es diferente. 

Quizá no me sienta tan holgazana ahora pero es posible que exista una leve sensación de culpa por hacer lo que me gusta y me place pero no es visiblemente remunerado, que es escribir y lograr atar todos los cabos que duraron sueltos sin títulos, ni formas, que buscaba la manera de expresar nuevamente "la insoportable levedad del ser". Sólo hacer lo que #sedebehacer, diría mi nueva escritora favorita, Rosa Montero, quien sus escritos me han llegado a palpar esas experiencias a través de mis temores y debilidades, cada palabra escrita con tanta sensatez, con ese velo que descubre la intimidad y nos deja allí sollozando en un rincón admitiendo que en realidad todos somos un colectivo tejido por una similitud de pensamientos y sensaciones que nos identifican y nos vuelve cercanos, casi parientes experienciales, un parentesco desde la vivencia, y es que no encuentro las palabras correctas para describirlo pero debo decir que hay días como los de ayer que no han sido tan llevaderos como el día de hoy, que disfruto un poco más de la lectura, del asombro de la aplicación de la IA en el arte y la cultura y del cielo azul que nos regala el Creador, y es tan sutil la forma como nos demuestra su amor con la salud que tenemos para apreciar lo que vemos.

Quizá en este periodo de una casi desesperada pero aburrida búsqueda de trabajo estable, digno y bien pago, con la intercesión sobrenatural que pedimos a San José, a veces deseo que fuera un trabajo que al menos yo disfrutara y no sienta un exhausto y cansancio de que no logré lo que quería en esta corta existencia, a veces es necesario vivir ese tipo de situaciones aburridas y obligatorias para valorar quizás más momentos como estos que me encuentro en mi escritorio y a mi lado, mi perro sobre mi cama durmiendo plácidamente, colocando su cabecita peluda y descuidada sobre mi almohada con esa confianza y despreocupación que le caracteriza a los animales, como queriéndome decir cada vez que se despierta un poco alterado por que hago un ruido fuerte, haciéndome un reclamo con su mirada inocente de que lo he despertado y que, claramente ha sido él quien ha expropiado mi cama, mientras me río en silencio de ver lo bello que es contemplarlo y lo inocente e ingenuo que me resulta su reclamo con un suspiro profundo de soportar a este ser humano despiadado que soy, que no lo deja tomar su siesta de mediodía tranquilamente. No es mi culpa que no quiera dormir en las otras tres camas y un sofá que tiene disponibles para él solo; yo digo que le cuesta estar solo precisamente por la costumbre de la compañía. Y aunque en mi cuarto no suele hacer tanto calor en el año, en estos días de enero suele entrar el sol con mayor fuerza desde el oriente, unas mañanas muy soleadas y penetrantes a través de mi ventana, que deja un ambiente cargado de cierto bochorno y confort que resulta no ser tan obvio para mi como si para mi perro que disfruta incluso ese calor que permanece en mi habitación hasta las tres de la tarde, y aunque le fastidien esporádicamente mis ruidos con el teclado del PC y de mi risa burlona que intenta no despertarlo mientras lo observo con ese cinismo de que me ha robado la cama. Finalmente, se siente dueño de ella, y claramente ante la ausencia de un juicio propio el busca lo que lo hace feliz y sentirse cómodo, el no tiene este tiempo de describir y reflexionar sobre la vida como quizá lo hago yo. 

Aún en excesivos momentos, que incluso me siento ausente de mi propia vida, como lo diría Montero en algún capítulo que ya olvidé cómo citar aquí. Es simplemente una belleza que puedo sentir que se transmite en esas obras de arte que puedo saborear en mi mente, con cierta calma, con ese desdén de descubrir que quiere decirme cada artista, que pensamiento compulsivo y obsesivo quiso volver color y profundidad, que lo llevó a trazar esa sombra, esa tonalidad oscura y contrastante, o delicada y clara, o esas formas sin forma, eso que llamamos abstracto y no suele interpretarse así siempre, a veces es tan figurativa esa abstracción, la obviedad que no nos deja percibir una nueva visión o interpretación; es una maravilla que aún en estos tiempos muertos de creatividad y asombro el arte manual y los museos existan tan sobrevivientes a una era digitalizada, y además se integre de formas insospechadas con la tecnología y el uso indiscriminado y experimental de la inteligencia artificial.

Pero no era de eso que quería hablar hoy, era de la crisis que ayer me dió en mi cuarto, donde no me sentía totalmente consciente. En la tarde y noche después de preparar algo rápido se acrecentó un sentimiento de desesperanza y melancolía por no poder eliminar permanentemente como si se tratase de un archivo de un PC, los insufribles recuerdos y gestos de alguien que aparentemente no estuvo tanto tiempo presente en mi vida, apenas unos meses, ni que decir de las pocas y contadas veces que nos vimos; pero si de una manera suficientemente significativa para no olvidarla y borrarla de un sólo click. Quizá como con otros que sí ha funcionado este método fiable, inevitable y consecuente de la confesión tardía de sentimientos delirantes con poca dignidad de sobrevivir; es allí donde ni eso fue capaz de permitir desbloquear el siguiente nivel de olvido, de pasar una página más o deslizar para ver que sigue a continuación. Aún puedo decir que fue, pero hacer eso con tu imagen difusa y nublada en mi mente, que le costaba desligar incluso gestos, acciones o palabras sueltas, algo que de alguna forma insinuara a ese ser, que había decidido conscientemente dejar a un lado, archivarlo en un rincón de memorias pesadas de cargar y sobrellevar, y que inconscientemente se siguen manifestando en sueños que difícilmente puedo controlar. 

Esa memoria que le cuesta registrar otras más porque hay un lastre que le ha costado reconocer en medio de la búsqueda insaciable que he hecho de salir de ese círculo vicioso de la intimidad y cercanía, que profanaste decir en alguno de los posteriores reclamos que me hiciste; y que mi necedad y orgullo, mi prejuicio no me permitió contemplar. Igual nada pude hacer yo con ese par de meses inhóspitos que duele contar aquí, que están en otros escritos (algunos quemados, otros perdidos o guardados) y que no quiero recordar por la incertidumbre y caos que eso justamente causó en mí. Algo que dudosamente pudo haber aclarado en una conversación abierta y sincera que siempre sucede en un imaginario, porque claro que ya habían ciertas emociones y sentimientos involucrados (¿acaso no es obvio?) a tal punto que ni las palabras hubieran sido lo suficientemente poderosas  o directas para darle imagen a eso que en el fondo nos duele y nos avergüenza al ser descubiertos. 

Sin embargo, he notado que es necesario, a veces, es justo ser así incluso en momentos de fragilidad y poca resistencia a la templanza que se nos exige estar, eso es lo que justamente causa esa lucha constante de sentirnos incomprendidos y aislarnos con la plena objetividad de no flagelarnos y decirnos que estamos "perdiendo la cabeza" por actos tan naturalmente innegables, es que si no lo escribo no podría sentirme "viva" jamás, si no lo hago visible cuando podré sentir que no soy la única pensando un montón de cuestiones existenciales que resultan necesarias para darle un mayor valor al inaprensible presente. 

Es inevitable cada frase que nos trae a la memoria un momento, un recuerdo de la cual automáticamente sale una lágrima o una risa espontánea, o un suspiro profundo; eso a veces siento que puede rodear una especie de masoquismo inconsciente de buscar aquellos que nunca terminamos de conocer, de observar con calma, de escucharlos y verlos actuar en la cotidianidad; creo que por eso es que este recurso resulta inagotable para mi, entre cada palabra dejada en un relato sin un fin apropiado o irrelevante, puedo dar cuerda a una cantidad ínfima de frases sueltas como cuando una melodía de piano se vuelve intensa y se repite en bucle una y otra vez, como esa que escucho ahora mismo de un autor llamado ibi, llamada "Experience", nada más acertado como esas casualidades y bellas coincidencias del arte a través de la música y a su vez, escrito en estas letras, algunas incipientes de sentido para quien las lee pero con una oquedad impregnante.

No leas esto pero quizá puede leerse este texto con mayor ímpetu con esta playlist de fondo, que fue la misma que escogí para escribir en este rato, quizá para aumentar la agudeza de lo plasmado: 
https://open.spotify.com/playlist/35WwuwPJuYsRLLTEdg4zcZ?si=bbeda586617146a5

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