Definitivamente, no hay que esperar...

A sólo unos días de haber escrito sobre una espera que nunca llega, aparece un mensaje salido fuera de contexto de un comentario sobre una comida mediterránea. De repente, justo cuando decía que esperar de las personas, es de lo más dañino que podemos hacer. Justo cuando había insistido en continuar una amistad tormentosa y tóxica pero atractiva. Allí, en medio de esa desolación de esperar una respuesta tardía y de afán, con el riesgo de ser inminentemente ignorada.

Es cuando aparece un hombre de pocas palabras, en medio de la confusión con sus palabras de rescate y de interés inmediato, de esas que poco se dicen, incluso en la distancia. Sólo le dije lo que sentía y deseaba para él, que cuánto esperaba que disfrutara de su vida, e hiciera lo posible por continuarla en medio de la anormalidad en pandemia. Y de regreso, recibí esto: Sabes que te quiero mucho y te extraño un montón. Pudo haberse escrito en la sobriedad de la cotidianidad, o en la ebriedad de la soledad y la nostalgia de la amistad. Por un día, sólo por un día, sentí que el entorno se volvió invisible al escuchar esas palabras. Le quería preguntar a él, como sabré yo que él me quiere y me piensa, ¿acaso soy adivina?. No, yo sólo tengo intuición pero no llega a ser tan aguda para detectar esos sentimientos sinceros, sin titubeos cuando los escribió. Por otro lado, fue demasiado inevitable no compartir como un estado, ese mensaje escrito desde algún lugar de Europa. Llegó ese bonito mensaje de parte de quien menos lo esperé y por eso fue la sorpresa, de que no hay que esperar, en definitiva. Quién creería que al otro lado me pensarían, así. Mientras que a unas cuadras de mi casa, esperaba lo poco o menos que una respuesta a un mensaje de aliento, de alguien a quien quería considerar más que un amigo. Pero afortunadamente, no es más que eso y tal vez es menos. 
Le dije mentiras, que todo lo anterior había sido importante y comprensivo pero fue lo que en ese momento me evocaron sus recientes gestos de cariño efímero, mucho más efímero que un idilio.

Entre tanta sorpresa, pensaba que sería una señal muy fuerte y clara de Dios, de la vida, de que no debía insistir donde no es, donde no quieren, donde sólo esperan placer. Es fuerte mencionarlo de esa forma, pero no hay de otra, en momentos de crisis. Señales de que debo seguir siendo un poco más paciente. Pero esa es la cuestión, esperar de qué, o de quién. 

Todo lo relacionan al final con los tiempos perfectos de Dios.

Yo sólo puedo decir, que me conmovió ese mensaje corto, directo y contundente. Me movió unas fibras que ni se inmutaban, me hizo creer en que si hay algo mejor, en que si no es él, es otro. 
Nos duele decirnos: Te quiero, Te extraño, Te admiro, Te aprecio o Te amo. 
Nos cuesta y nos duele, con todo y lo que eso implique para bien o para mal, de otros.

Sólo me pregunto, cómo es que cree que sé que me quiere mucho, son suposiciones que si no me las dice, no las podré saber jamás de formas insospechadas. Precisamente, creo que eso es lo que admiro de él, la luz propia de su personalidad, esa peculiaridad que brilla en medio de tanta perdición y dejación. No tendría otras palabras para él. Eso fue lo que irradió desde el primer día en que lo vi. Tan sólo ver ese impacto de esas palabras, luego de varios años de amistad, me hace creer que en definitiva, sigues conservando ese ser de luz, tan especial que conocí. Quién lo creería, que solo con los años, los momentos de risas y sufrimiento, se valorarían aquellas personas que sí tendrían un espacio en el otro.

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