Obras de arte sobre mujeres, besos y abrazos cuando trascendieron los hechos.
Decidí hacer un repaso de obras de arte sobre mujeres y retratos, y todo empezó por una larga búsqueda para colocar una adecuada foto de perfil, que se relacionara con la mujer italiana y noble del siglo XV. Todo esto, justo después de ver un documental sobre la concepción de la pintura considerada la más importante del mundo, La Monalisa. De ella se desconocen detalles, pero se establecen teorías documentadas, debido a su enigmático origen y elaboración en alguna etapa de la vida de Leonardo Da Vinci, o incluso alguna memoria suya.
Por otro lado, buscaba especialmente una pintura que se tratara de un retrato de una mujer de la familia Medici. En realidad, la mujer de esta época era la doncella con la que siempre me había identificado, una cortesana que le encanta lucir vestidos lujosos de seda y finas joyas para andar presumiendo en los pasillos y escondites de un castillo medieval y antiguo. Desde el viaje a Italia, no hago más que pensar en lo que sucedió hace cientos de años, cuando recorrí estas calles, medievales e intactas por donde andaron personajes y grandes artistas de la historia del arte y la arquitectura.
Conmovedora y profunda es la experiencia, y lo es una y otra vez cada vez que veo un documental de Da Vinci, de Florencia, de Los Medici, de todo lo relacionado con el renacimiento. Simplemente, mientras navegaba desde el celular, terminé viendo las pinturas y obras relacionadas con las expresiones de cariño y de afecto, y al haberme desviado, pues indagué más sobre los besos en las obras de arte, y evoqué esa sensación de la proximidad de los labios, esa tensión inmersa que alguna vez había vivido, en una relación efímera.

Love on the road, Ron Hicks, 1965.
Y hoy, veo estas pinturas, como si fuera la primera vez que las busco, luego de verlas en medio de la nostalgia y el anhelo de una adolescente enamoradiza, la cual sus labios no conocían esa tensión; y que sólo ahora, una década después, las contempla con mayor sentimiento y comprensión que antes: Retratar un encuentro (imaginario, vivido o real) que es efímero y eterno, largo y placentero. Todo simultáneamente. Esta vez no era solo una fantasía más.
Cada uno de esos besos, entre figuras abstractas, surrealistas, oscuras y diáfanas de hombres y mujeres en distintas posiciones, lugares y momentos; siempre dejaban ver la misma intención. Una intención de cercanía corporal, y las caricias que complementan ese encuentro de bocas, y a modo de ejemplo, es literalmente cuando las manos juegan a meterse, inconscientemente, entre el cuello y el cabello del otro, para reternerlo, al menos en infinitos segundos. No obstante, luego de eso que inicia como un apareamiento humano, se manifiesta ese abrazo sin nombre, después de ese primer beso, mucho más que un simple roce de labios, que genera unas sensaciones cósmicas y profundas, es cuando indiscretamente se enciende una emoción intensa y sucinta ligada a un leve sentimiento de afecto.
El beso, Henri de Toulusse-Lautrec, 1892. Postimpresionismo
A veces, no importa quien da el beso, o puede que si. Pero cuando es más fuerte la misma acción de besar, todo lo que sucede entorno a esa acción, puede ser igual de importante o más que el propio beso. Es aquí donde me revelo, cuando lo describo de determinada manera, para contar un poco lo sucedido, desde que esa incertidumbre de esa tensión de hace unos meses, se consumó. Sólo que ahora no es tan comprometedor, pero, un pensamiento llevado a la acción como a través de demostraciones afectivas se puede sentir cómo es ser deseado por otro, escuchar del otro decir que encuentra algo encantador en ti, de sentir sus manos y sus besos por todo lado, de estar tan juntos y abrazados en formas cóncavas como una fusión dulce y tierna, mientras afuera solo llovía.

El beso de la sirena, Gustav Wertheimer, 1882.
Meditaba eso, pero no solo por ese placer efimero sino por ese comportamiento post-beso que aborrezco y amo al mismo tiempo, porque es incierto el tiempo venidero, cuando aún así todo podría cambiar en una próxima vez. No es evidente, pero una pintura de ese encuentro no se interpreta pensando en el futuro de esa pareja, porque se congela solo esa escena, la del beso. Uno que puede ser tímido y tierno, otro que puede ser salvaje y despiadado. Y todos, al final apasionados. El adjetivo que siempre lo ha acompañado. Es una ley de la física humana.
Precisamente, es el observador quien debe suponer que sucede luego; si ellos eran amantes, novios, primos, esposos, amigos melosos, desconocidos que se atraían, en fin. Y sea cual sea, la relación de esos personajes, lo que amerita resaltar es que el arte nos sigue salvando de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, nos permite fantasear, crear y representar. No sólo obras de besos o no, otras que nos evocan recuerdos y emociones de todo tipo, son siempre la desviación perfecta para llevar el pensamiento al plano de la inducción y deducción de nuestra naturaleza.
Por otro lado, buscaba especialmente una pintura que se tratara de un retrato de una mujer de la familia Medici. En realidad, la mujer de esta época era la doncella con la que siempre me había identificado, una cortesana que le encanta lucir vestidos lujosos de seda y finas joyas para andar presumiendo en los pasillos y escondites de un castillo medieval y antiguo. Desde el viaje a Italia, no hago más que pensar en lo que sucedió hace cientos de años, cuando recorrí estas calles, medievales e intactas por donde andaron personajes y grandes artistas de la historia del arte y la arquitectura.
Conmovedora y profunda es la experiencia, y lo es una y otra vez cada vez que veo un documental de Da Vinci, de Florencia, de Los Medici, de todo lo relacionado con el renacimiento. Simplemente, mientras navegaba desde el celular, terminé viendo las pinturas y obras relacionadas con las expresiones de cariño y de afecto, y al haberme desviado, pues indagué más sobre los besos en las obras de arte, y evoqué esa sensación de la proximidad de los labios, esa tensión inmersa que alguna vez había vivido, en una relación efímera.

Love on the road, Ron Hicks, 1965.
Y hoy, veo estas pinturas, como si fuera la primera vez que las busco, luego de verlas en medio de la nostalgia y el anhelo de una adolescente enamoradiza, la cual sus labios no conocían esa tensión; y que sólo ahora, una década después, las contempla con mayor sentimiento y comprensión que antes: Retratar un encuentro (imaginario, vivido o real) que es efímero y eterno, largo y placentero. Todo simultáneamente. Esta vez no era solo una fantasía más.
Cada uno de esos besos, entre figuras abstractas, surrealistas, oscuras y diáfanas de hombres y mujeres en distintas posiciones, lugares y momentos; siempre dejaban ver la misma intención. Una intención de cercanía corporal, y las caricias que complementan ese encuentro de bocas, y a modo de ejemplo, es literalmente cuando las manos juegan a meterse, inconscientemente, entre el cuello y el cabello del otro, para reternerlo, al menos en infinitos segundos. No obstante, luego de eso que inicia como un apareamiento humano, se manifiesta ese abrazo sin nombre, después de ese primer beso, mucho más que un simple roce de labios, que genera unas sensaciones cósmicas y profundas, es cuando indiscretamente se enciende una emoción intensa y sucinta ligada a un leve sentimiento de afecto.

A veces, no importa quien da el beso, o puede que si. Pero cuando es más fuerte la misma acción de besar, todo lo que sucede entorno a esa acción, puede ser igual de importante o más que el propio beso. Es aquí donde me revelo, cuando lo describo de determinada manera, para contar un poco lo sucedido, desde que esa incertidumbre de esa tensión de hace unos meses, se consumó. Sólo que ahora no es tan comprometedor, pero, un pensamiento llevado a la acción como a través de demostraciones afectivas se puede sentir cómo es ser deseado por otro, escuchar del otro decir que encuentra algo encantador en ti, de sentir sus manos y sus besos por todo lado, de estar tan juntos y abrazados en formas cóncavas como una fusión dulce y tierna, mientras afuera solo llovía.

El beso de la sirena, Gustav Wertheimer, 1882.
Meditaba eso, pero no solo por ese placer efimero sino por ese comportamiento post-beso que aborrezco y amo al mismo tiempo, porque es incierto el tiempo venidero, cuando aún así todo podría cambiar en una próxima vez. No es evidente, pero una pintura de ese encuentro no se interpreta pensando en el futuro de esa pareja, porque se congela solo esa escena, la del beso. Uno que puede ser tímido y tierno, otro que puede ser salvaje y despiadado. Y todos, al final apasionados. El adjetivo que siempre lo ha acompañado. Es una ley de la física humana.
Precisamente, es el observador quien debe suponer que sucede luego; si ellos eran amantes, novios, primos, esposos, amigos melosos, desconocidos que se atraían, en fin. Y sea cual sea, la relación de esos personajes, lo que amerita resaltar es que el arte nos sigue salvando de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, nos permite fantasear, crear y representar. No sólo obras de besos o no, otras que nos evocan recuerdos y emociones de todo tipo, son siempre la desviación perfecta para llevar el pensamiento al plano de la inducción y deducción de nuestra naturaleza.

El beso, Edvuard Munch, 1897. Simbolismo.
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